Sinouj en Bogui Jazz

“Sinouj” significa comino negro, es una especia que se pone en el pan en Argelia y Túnez y se usa también contra el mal de ojo. No sé si el nombre es un guiño a los gustos gastronómicos de algunos de sus componentes o un acto de psicomagia para alejar los malos augurios. Lo que sí me queda claro es que en estos lares es inaudita la música que propone Sinouj, e incluso me atrevería a decir que única en su especie. Como inaudito, también, es ofrecer dos conciertos seguidos en un inicio de puente y en el mismo lugar, el Bogui Jazz, para presentar un disco, en este caso su tercero: Le fiche. Una osadía que a todas luces, y por lo que se pudo vivir el jueves, salió redonda.

Puro ambiente jazzístico. Y cuando digo esto me refiero a un público sentado y sumergido en el mutismo, penumbra embriagadora que habría hecho las delicias de Tanazaki y su obra El elogio de la sombra. Hasta se respetó ese intermedio que suele ser habitual en los conciertos de jazz. Pero no hay que ser un acólito de esta corriente para que te guste Sinouj, de hecho lo que factura esta banda es tan rico y variopinto, que el jazz es simplemente una pincelada occidental dentro de un cuadro enmarcado por el puro exotismo. Una acertada apuesta de fusiones aparentemente imposibles: lo multicultural, vanguardista y novedoso. En ella caben las tradiciones musicales magrebí, árabe, africana e hindú, ensambladas con maestría y encanto con corrientes modernas como el drum and bass y el jazz.

Que comulguen diferentes estilos musicales no es de extrañar a tenor de los orígenes y periplos existenciales de este quinteto: el saxofonista y fundador, Pablo Hernández Ramos, de España; el violinista Larbi Sassi, de Túnez; el teclista Sergio Salvi, de Italia; Javier Geras, también español; y el percusionista Akin Onasanya, de Nigeria. A los que en Le fiche, como en Were su anterior disco, se unen el mejor músico europeo de jazz, Jorge Pardo, o Javier Paxariño.

Un directo que se disfrutó y en donde fue fácil dejarse llevar por esencias que dan lugar a un aroma singular. Un saxo sutil y potente, el violín que tuvo su momento de protagonismo y rabiosa gracia, un bajo redondo… al igual que la batería y los teclados. Sin olvidarnos de la fabulosa voz de Alana Sinkëy, con un timbre claro y rotundo que igual te transporta a Nueva Orleans que a la África negra. Hipnótica.