Intraliteratura en Junot Díaz

¡Ya tenemos a la nueva figura de las letras estadounidenses, señora! Lo tiene todo, el pack completo, escribe en inglés pero procede de un país exótico, sus encantadoras historias suceden en lugares imposibles y están pobladas de personajes estrambóticos, ¡y es todo un éxito de ventas en el New York Times! No pierde ocasión de criticar al imperio, de declamar su condición de expatriado o de pedir una reforma migratoria más benévola con sus paisanos. Entre tanto, su país de adopción le ha dado la ciudadanía, un Pulitzer, un trabajo en el MIT y una beca McArthur.

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Junot Díaz publicó La maravillosa vida breve de Óscar Wao en 2007 y fue inmediatamente encumbrado como la nueva sensación literaria en EEUU. Su material fresco y exuberante capturó el corazón de miles de lectores y la mente de unos cuantos articulistas. Su prosa reclama la fantasía y habita espacios de la imaginación donde los escritores WASP jamás penetran (nos referimos a los americanos, americanos, los albaceas de la great american novel, los Richard Ford, Jonathan Franzen, etc.) y sortea con elegancia el torbellino posmoderno (en este caso a los Pynchon o Foster Wallace). Y, sobre todo, tiene ese algo de los latinoamericanos que tanto estimula el paladar de los críticos desde la época del boom (again) hasta nuestros días con el fenómeno Bolaño. Pero… a diferencia de estos, Díaz no trata de hacer oir su voz renegando de la tradición o tratando de gritar muy alto. Las andanzas de Óscar Wao, pese a la promesa del título, son lo menos trascendente de un libro en el que al autor le interesa más la odisea de sus padres y abuelos en la República Dominicana de Trujillo que sus desventuras como estudiante marginado en la Nueva Jersey de finales del siglo XX (los pies de página y las referencias al mundo “nerd” son meramente decorativos). Y así, apalancándose en el mito, en el tema manido del dictador y los hombres y mujeres puros que levitan por la Historia –parece que en la ficción histórica los personajes tienen que participar de lleno en los hechos y convivir con las personalidades más importantes–, no es capaz de construir un mundo fascinante y moderno para Óscar y pierde la oportunidad de crear un héroe inmortal, a diferencia de lo que hace Bolaño con sus detectives, que vienen del pasado pero escapan de él volando a favor del viento y escupiendo hacia atrás por la ventanilla de un Impala.

Dicen que Tolstoi escribió Ana Karenina contra la perfección formal de la Bovary de Flaubert. Aquí parece que Junot Díaz tenía más ganas de escribir contra el chivo de Vargas Llosa que sobre su propio protagonista, algo para lo que está totalmente legitimado pero que es innecesario y, en un mundo que va más rápido que la literatura y sus leyendas, llega con mucho retraso. A veces las expectativas condicionan la lectura. Tal vez tanto ruido y alabanzas pueden afilar el colmillo crítico e impedir apreciar las virtudes de un escritor con un talento que avasalla, dueño de un lenguaje propio y capaz de crear una mecánica narrativa que atrapa al lector. Pero por eso, precisamente por eso, hay que pedirle más, hay que hostigar a quien está llamado a hacer algo muy grande.

Imagen: Wander Lane / Andrew Neal