Corcobado en la Sala Paddock

Hace unos días, exactamente el diez del diez, tuvimos la suerte de asistir a un reencuentro con el llamado “Duque del ruido” o “Príncipe del underground”, como le han llamado últimamente (apodos que se ha ganado a pulso) a Javier Corcobado, pionero de las vanguardias del rock, además de poeta y novelista. Una catarsis liberadora de emociones, sentimientos y pasiones del corazón y el alma del, quizás, último crooner romántico del territorio nacional. Pero limitar a Corcobado con el término de crooner es hacerle un flaco favor, ya que ha deconstruido absolutamente el estilo recreando uno propio.

Fue un concierto emotivo por varias razones, y una de ellas es que no venía con banda propia a Madrid desde hacía cuatro años, exceptuando su visita hace menos de un año con su experimento artístico en la Sala Berlanga de “Canción de Amor de un Día”, una canción de amor de 24 horas. Otro motivo es que era el cumpleaños de uno de sus miembros. Y otro más es que se encontraba en el escenario Julián Sanz, su compañero inseparable desde hace más de 30 años en los inicios de su carrera con el proyecto de rock industrial 429 Engaños y con Mar Otra Vez. Por cierto, el próximo año es el aniversario trigésimo de esa banda pionera, y amenazan con reunión.

El descenso a los infiernos y paraísos del alma comenzó con “Les falta amor”, atentado sonoro contra una sociedad donde el amor se ha convertido en algo líquido y donde los intereses personales y los egos obesos priman sobre los sentimientos, en una vida donde el cariño es digitalizado con pasiones plásticas momentáneas de revistas del corazón y pulsiones –no como decía Val Del Omar buenamente: amar es quedar unido, amar a los hermanos, es sólo amarse, no poder desprenderse ya del suelo–.

A continuación “Los estertores de la democracia” –en versión reducida, pues la original dura media hora–, himno salvaje y sintético con voces de niños donde Corcobado nos anima a que seamos libres, libres, libres. Llegó “Sombrero de Barcos”, una canción de amor de mar que suena a violín y mandolina acuática. Y siguió con “El mar es mi corazón”, con un ritmo acompasado y suave con sonidos de rugidos de corazones, donde amar duele y no amar mata. Continuaron con uno de los éxitos de Corcobado junto a los extintos Chatarreros de Sangre y Cielo, “Carta al Cielo”, dedicada a un guitarrista y amigo ya fallecido Ollie Halsall. Como expresa el título, el narrador de la canción escribe una misiva al cielo porque no quiere morir y no va a ser besado cuando se muera.

Después otro de Los Chatarreros, “Dientes de Mezcal”, una canción de amantes al final de la noche y al final de su vida. Y el clásico de Serge Gainsbourg, “Le Poinçonneur des Lilas”, año 1959. Se rescató un single de 1999, “Viajar”, con su sintetizador de tono naif, poesía diminuta y dolorida en el que el sinte se va descomponiendo. Y apareció la guitarra-tormenta con “El futuro se desvaneció ayer”, de su álbum A Nadie: seiscientos mil bikinis ardiendo en la playa en un mundo donde nada parece tener sentido. Y cómo impresiona escuchar “Sólo es noche” en este escenario. El resto es día en un vacío ruidoso. Más tormenta con la canción sobre el suicidio “Si te matas”.  La guitarra para y…  canta hazlo como lo hace el sol, retornando al ruido primigenio.

Del mismo disco, “La canción del viento”, y se oye el viento ulular sobre el escenario con el coro. Se acaba el repaso a este disco con la canción de Dios en primera persona, arrepentido de su creación, “A nadie”. Corcobado pidió a la camarera desde el escenario un caballito de vodka, con lo cual nos enardecimos al saber que venía “Caballitos de Anís” y bailamos juntos. También se cantó a pleno pulmón con el clásico de José Alfredo Jiménez “El Rey”, y otra versión de un tema mítico que superó al original fue “Te estoy queriendo tanto”, donde todos cantamos y observé a una chica que estaba a punto de llorar. Y aproximándonos al final, otro single histórico, “La libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles)”. Para concluir con el salvaje tema de 1985 de Mar Otra Vez: “Canción Pequeña II”, una especie de viaje astral de Corcobado con críptica simbología, una canción que termina con una batería enfurecida y que acabó con la rotura de las baquetas saltando por los aires, concluyendo así, tanto la canción como el concierto. Increíble ver a Corcobado no perder ni un ápice de su fuerza saltando de rodillas sobre el escenario. El público quedó enloquecido pidiendo ¡Otra,Otra,Otra!, como las puertas que se cruzan en la canción de Mar Otra Vez. Memorable.

Firma invitada: Sebensuí A. Sánchez

Escritor, periodista.

 

Imagen de portada: cedida cortesmente por La Gramola de Keith