Mapas sonoros desde el frío norteño

El festival Días Nórdicos tuvo su punto de arranque este sábado 6 en la sala Cats con un concierto gratuito con representación caleidoscópica de bandas de cada uno de los países escandinavos. Un festival multidisciplinar que se viene celebrando desde hace un lustro con la intención de acercar la cultura nórdica, desde sus diferentes vertientes, a España y Latinoamérica.

La primera en aparecer fue la islandesa Dísa, acompañada por una banda que se mantuvo en segundo plano. Y dos cosas llamaron clamorosamente la atención: una, la coreografía de manos, mix entre danza tradicional japonesa y robótica; y dos, su asombrosa voz. Una factura perfecta y limpia, impoluta como los diseños nórdicos, con una fórmula musical que por momentos me llevó a pensar que estaba ante la ganadora de “Lluvia de estrellas”.

El relevo lo cogió la también jovencísima Lydmor. La danesa, que apareció como quién acaba de salir de la ducha, descalza, con un vaporoso kimono y –juraría que– con el pelo húmedo, fue capaz de dar un concierto plagado de frenesí e histrionismo. Pero vamos por partes. Lydmor propone dos líneas musicales muy diferenciadas: una que consiste en bases pregrabadas sobre las que hace loops y canta con un tono y color muy similar al de Bjork, y que le obligó a correr y danzar entre los tres micrófonos y el ordenador. Para quien conozca a Hyperpotamus poco más tengo que decir. Y otra faceta mucho más tranquila, romántica, con el teclado y voz a lo Joanna Newsom. Indiferentes desde luego no nos dejó, no sólo por la voz, o por la capacidad de montárselo sola, sino porque en medio del concierto (y ahí va el chascarillo) le comenté a mi acompañante, “creo que no lleva bragas”, y el poder visionario se materializó en la última canción bajo un vestido que se alzó por los aires tras un traspié entre salto y voltereta. Finalizó el tema y mutis por el foro en medio de un sofocón.

Y llegó el ecuador, y con él la veteranía en todos los sentidos. El cantautor Noruego Thomas Dybdahl, guitarra en mano, nos presentó su último disco What’s left is forever. Tranquilidad y preciosismo con referencias a Jeff Buckley. Una propuesta cálida y humana, de calidad, rota en algunos momentos por el murmullo creciente del público, pero Thomas Dybdahl se las ingenió –si no puedes con ellos haz que se unan a ti– e invitó a que los espectadores corearan el estribillo. Y con esto llegó de nuevo el silencio.

Las suecas Old te caen bien desde el primer momento. Ironía pura lo que ellas denominan pop feminista, que se traduce en una vestimenta que reproduce el arquetipo de la casi beata, la feminista ‘choni’ y la ama de casa superada por la tareas del hogar. Voces esplendidas, polifonías con bases pregrabadas aderezadas por momentos por una guitarra, una flauta de medidas inconmensurables y un sintetizador. Entre tanta anglofilia evidente (todas las bandas cantaron en inglés), ellas osaron no sólo leer un poema en español sino que rindieron homenaje a su lengua natal con un tema de Benny Andersson, de Abba.

Y el colofón final, Black Twigs, recién salidos de la adolescencia, o incluso aún imbuidos en ella, ofrecieron un fiel reflejo de míticas bandas de los 90, navegando entre Australian Blonde y Blur.