Andrés Trapiello sobre la marcha

El periodista (no le gustaba nada lo de crítico literario) recibió el encargo de reseñar el Salón de los pasos perdidos, una obra autobiográfica de Andrés Trapiello. Conocía al autor de nombre, pero no había leído nada suyo. Al acudir a la librería descubrió que el Salón constaba de dieciocho tomos, cada uno con su título y sus cientos de páginas. Más de diez mil en total, le dijo el joven librero abriendo los brazos como un pescador mentiroso. ¿Y cuántos tienen? Todos, le contestó, atento a la cara de asombro con la que esperaba que el cliente recibiese la noticia. Este, que trató de no parecer sorprendido, tomó la que creyó era una buena decisión para poder hacer su trabajo, comprar uno de los primeros volúmenes (jamás el primero) y uno de los últimos. Se llevó Las cosas más extrañas, fechado en 1997, y Apenas sensitivo, de 2011. Ya en su casa comprendió que lo que acababa de adquirir eran solo dos piezas de un proyecto de duración indefinida, en forma de diarios, que el mismo escritor completaba año tras año y cuya publicación aplazaba casi un lustro, quién sabe si para ganar perspectiva de lo allí referido, o por acumulación de trabajo. O debía ser que corregir no era tan estimulante como escribir.

En Las cosas más extrañas encuentra el periodista referencias que le sirven para comenzar a elaborar su tesis. Son más bien pistas explícitas que el propio Trapiello va sembrando aquí y allá. Galdós, un poco de Baroja, muchas menciones a Juan Ramón. Todo con un deje lírico en las descripciones de escenas y personajes. O era poeta o le gustaba mucho la poesía. A estos se les ve el plumero rápido porque les encanta colar nombres de pájaros y árboles en el texto o términos como valva o filáutico (que el periodista no encuentra en el diccionario de la RAE, donde sí aparece filático, cuya definición, además, le hace proferir un elocuente “hay que joderse”. Y que es esta: adj. Ec. Que emplea palabras rebuscadas y raras para exhibir erudición.) Tampoco entiende ese extrañamiento del narrador que parece querer hacer honor al título. Iba Trapiello por la calle, veía a una vieja enjuta y extravagante (decidió usar estos vocablos en la crítica, o en la reseña, o lo que fuera) y caía fascinado; a la aparición de esta le sucedía una orgía de adjetivos en cadeneta. Pareciese que todo lo que ofrecen las calles de Madrid hubiera sido dispuesto allí por el director de un museo, que cualquier cena fuera digna de Fellini, que un cuadro familiar de lo más corriente sirviera de inspiración a Velázquez. Siempre, además, mostrando una querencia por lo sórdido, una apetencia por la soledad y una dolencia de melancolía por la ausencia de no sé sabe qué. Lo cotidiano, una “extraordinariez” (el articulista celebra la ocurrencia hasta que descubre en Google que ya se le han adelantado).

En definitiva, la temática del diario no comprendía más que asuntos livianos. Todo lo que cabe en la existencia de un escritor no muy conocido, casado y con dos hijos pequeños. Es verdad que le dan su primer premio importante durante el tiempo en que escribe Las cosas más extrañas. Y aquí, claro, el periodista encuentra un relato interesante del mundillo literario, cuyos pormenores, por otra parte, conoce bien. No en vano ha sido jurado en varios de estos certámenes. Se recrea en la inquietud del autor al recibir el anuncio. Se decepciona con la falta de emoción que muestra este por el reconocimiento. Con lo que le impresionan, por el contrario, cosas tan simples como el paisaje árido de Extremadura en febrero o un cacharro tirado en una manta en el Rastro. No entiende nada (el periodista). Y no avanza. Después de arrancar, tras solo dos palabras ya ha tenido que colocar un paréntesis. Mala señal.

Total, que cierra el libro y reflexiona. ¿Cómo es posible contarle tu vida a todo el mundo, continuamente? ¿No le genera a uno problemas (luego descubre que sí)? ¿Cuánta gente lee esto? ¿Y empiezan por el primer volumen, o cogen alguno al azar y luego se enganchan y deciden ir al principio? ¿Quién tiene tiempo de abordar toda la obra? ¿Y no sería esto una forma de obsesión? Una cosa es cierta, en cada página, o cada dos, hay un hallazgo literario: una frase que brilla y estalla, una combinación de sustantivos y adjetivos por la que muchos escritores matarían. Y en cada diez, digamos, brota una pequeña historia que daría para una novela. Pero no, el autor la entretiene un poco y, como un niño, cuando se cansa la deja en un cajón. Parecen esos bosquejos japoneses que proyectan el infinito pero que están a medio rematar. Definitivamente no entiende nada.

Cuando termina Las cosas más extrañas, en tres días –como descubre con inquina–, empieza con Apenas sensitivo. Y ahí seguimos. El mismo ritmo limpio, vale, la misma prosa grácil circulando por las páginas, los giros geniales que no acaban de resolverse, el año nuevo, la misma mujer, los mismos hijos ya mayores. Dios bendito. Por lo menos aparece una carta en el correo que pone emoción al asunto. Resulta que un amigo le hace cuestionarse la propia necesidad de estos diarios. Trapiello reacciona con estupor, como si él mismo no se lo hubiera planteado nunca. Inconcebible. Alguien que publica poesía, novela, ensayo y, encima, lo va registrando todo por el camino. Un escritor que escribe, y escribe… ¿Dónde se ha visto? Seguro que hace la lista de la compra con la misma entrega, como un Miguel Ángel encalando las paredes de su casa.

La recensión no llega a ninguna parte. El periodista va por el sexto párrafo y aún no ha pasado nada. Podría escribir catorce más. Igual que Trapiello sería capaz de producir cien páginas al año o mil quinientas (de hecho Apenas sensitivo, nota, es más corto que Las cosas más extrañas), lo mismo daba.

Apaga el ordenador y lo deja para otro día. Se lleva el libro a la cama y repasa un par de párrafos que ha encontrado en la página 293, y que cree que le van a salvar la papeleta. Pero no.

¿SE comprenderá algún día que cuanto comparece en estos sincopados libros que tanto se semejan a una fuga, ratas, rosas, juegos, pájaros, mendigos, libros viejos, enfermos, risas, noticias de periódico, ciudades, amores y desamores, compases, voces infantiles, fuentes… no son sino estados de ánimo, espejos, más o menos empañados, de quien se mira en ellos? ¿Que siente uno, a menudo, dos ideas contradictorias que trata de llevar a término al mismo tiempo? ¿Que las palabras, todas, tienen, como la almendra, una semilla, dulce a veces, otras amarga; que ellas también van por fuera y por dentro?

Qué vida tan extraña esta, apenas sensitiva, “con algo que no llegaba, todo lo que ya se fue”. Sólo ahora parece uno darse cuenta de que ese tiempo que giró sobre sí mismo, hasta desaparecer, acelerado como el pequeño remolino de un desagüe, ha vuelto [sigue en la página 294] en su forma completa, pleno de afectos. [Y después sigue…]

 Apenas sensitivo. Andrés Trapiello

Imagen: de la web del autor