El suspiro de la vida. El soplo mágico de la escena
Ildebrando Biribó, el último Cyrano
Texto: Emmanuel Vacca
Director: Iñaki Rikarte
Intérprete: Alberto Castrillo-Ferrer
Sábado 8 de marzo @Sala Tribueñe, Madrid
*La obra se puede ver los sábados 15 y 22 de marzo
‘A priori’, la historia de un apuntador no tiene trascendencia, por mucho que Ildebrando Biribó fuera el apuntador de la Comédie Française a finales del siglo XVIII y fuese el apuntador del estreno mundial en París de Cyrano de Bergerac. Pero si el personaje tiene magia, pasión y anécdotas, todo cambia. Si de su historia se desprende el amor por una profesión hasta la muerte, más aún. Su fuerza reside en que combina momentos de mucho humor y risas con algún toque dramático contrapuesto con ligereza y naturalidad trágica, pero todo ello bien equilibrado. Porque Ildebrando Biribó es puro teatro, en todo su esplendor y con todos sus ingredientes. Es minimalismo aumentado al máximo exponente.
Una historia de mirada retrospectiva, donde Ildebrando Biribó en el limbo, muerto hace tiempo, vuelve para interpretar su propio papel. Interactúa directamente con el público, con el director y su mujer entre bambalinas. Todo contado y narrado con chispa, gracia, y con Alberto Castrillo-Ferrer haciendo de múltiples personajes. Una capacidad inmensa para variar de registro, de personajes, de voces y timbres, para utilizar técnicas de mimo, de declamación, de expresión corporal y de lenguaje gestual. Más de una hora que te atrapa y te engancha con esos guiños a los acentos asturianos y argentinos, a las figuras bíblicas con humor (gran barbudo y el gran Manitou), con esa evolución personal. El olvido del actor, el blanco, la pérdida de memoria como la causa de su trabajo: apuntador. Una radiografía de los actores, de sus conflictos y de la fricción con el director. Chascarrillos, muchos. Y un carácter polifacético de un actor que representa a decenas de personajes y da cuenta de su versatilidad explorando y explotando todas las propuestas. Alabando el solo como un recurso legítimo, y no el último recurso. Y demostrando con honestidad y sabiduría la esencia del teatro, el poder cautivador de la historia y que la magia de lenguajes no necesita de grandes artificios sino de buena interpretación, ritmo y del gancho del texto.
Texto que tiene múltiples planos. El reloj de arena establece el límite temporal de la obra, un enorme escritorio a la antigua usanza que hace las veces de un todo polivalente y polimorfo. Y escenarios improvisados y ficticios, sin objetos que lo categoricen. Todo con mucha fuerza, presencia y dejando llevar al espectador a lugares remotos, a lugares imaginados. Eso es magia, señores y señoras.
Diez años lleva la compañía de teatro El Gato Negro representando Ildebrando Biribó, y diez años demostrando que el texto de Emmanuel Vacca tiene magia y extrae lo mejor de un actor que se convierte en muchos. Un actor que lleva en si mismo la sangre, el corazón y la cabeza del teatro, exprimiendo hasta el último suspiro la gracia de la escena, el poder del arte en vivo y en directo. El apuntador, el soplón, el sereno de la memoria, el guardián de los recuerdos, el aliado del actor. Un olvido, un blanco. Ildebrando Biribó. Un suspiro, un soplido y todo recobra vida.