Fotografía y superficie

Cuando hablamos de una forma de la fotografía más allá de la captura mecánica del mundo, estamos hablando de algo que trasciende la pura destreza técnica o la calidad tecnológica. Se trata de la comunicación con el referente en una relación entre el fotógrafo y las superficies que constituye una forma de afecto.

Hacer fotografías no consiste en apretar un botón y esperar que la magia instantánea nos revele un gran momento, una suerte de realidad en estado puro. El arte fotográfico incorpora un conocimiento tecnológico y lumínico pero su verdadero proceder está en el movimiento afectivo que se produce en la sesión fotográfica. El ojo, y el espíritu de exploración afectiva del fotógrafo, necesita aproximarse a la escena antes que la cámara para estar seguros de que la fotografía sea un evento que transcienda el mero instante. La fotografía –al igual que la pintura– no se trata de una captación del interior de algo, de las personas o de las cosas. Creo que en la fotografía todo es exterioridad y que el fotógrafo –el buen fotógrafo– realiza un palpado de los sujetos y de las escenas; abraza la realidad y de ese modo es capaz de preservar el instante como aglomerado complejo de realidad.

En la fotografía no todo es una cuestión de corte. Mil cortes pueden despedazar un momento en imágenes que no sirven para nada. El fotógrafo disparando no segmenta sino que explora, se acerca cada vez más al momento, lo acaricia hasta que obtiene una serie, o quizás tan sólo una instantánea, que es capaz de explicar a este en imágenes. La fotografía, como todo truco, requiere una sutil distracción del sujeto. Por eso los grandes fotógrafos esconden el momento del disparo, no lo anuncian, se anticipan a la expectación del sujeto y realizan con éxito el gran truco de la representación.

Todo lo que no es la aproximación al momento: la elección técnica, la elección del sujeto, es una cuestión de estilo, pero el estilo no es solo eso sino también las formas de aproximación, de presencia o de ausencia, las formas de afecto y de relación con la superficie y con sus fugas. No es casual que la tecnología fotográfica haya hecho evolucionar la calidad y definición de las superficies de la imagen. Pero sin agujeros, sin elementos de fuga que nos inviten a explorarla, la superficie, por muy compleja que sea en texturas, no es sino un ejercicio formalista que termina por aburrir.

Hay fotógrafos que cierran la imagen e imposibilitan cualquier aproximación. El arte del fotógrafo está en su capacidad para crear aperturas en la imagen, agujeros. Si no puedo entrar en la imagen, no me interesa. La foto “unaria” como la denominaba Barthes, homogénea, sin agujeros y conceptualmente plana, que carece de punctum o está evidentemente anticipado –siguiendo el orden establecido–, es vulgar y casi obscena. No hay experiencia de superficie sino plana unidad que simplifica el mundo. Por el contrario, la gran fotografía encuentra la distancia perfecta con la superficie y deja espacio para que entremos, con voluntad de exploración, en la imagen.

Imagen: El cantante Raimon, por Oriol Maspons