El antihéroe de las mil caras

Todo empezó en 1978. Ese fue el año cero en la era de la infamia de la ficción televisiva: la figura central de Dallas, el primogénito de los Ewing, J.R., no era un héroe modélico ni un honrado ciudadano. Y, a pesar de –o gracias a– su depravación moral, cautivó al público y convirtió a esta “soap opera” en un éxito planetario.

Aunque los personajes perversos habían estado siempre presentes en la pequeña pantalla, su papel más frecuente era el de antagonista del héroe. De hecho, durante los 80 y 90 casi todos los protagonistas de las series de más audiencia eran moralmente intachables. Y el mal a finales del siglo XX –salvando a los supervillanos esperpénticos que aparecían en El Equipo A o en MacGyver–, tenía una forma abstracta y oscura, definitivamente inhumana (V, Expediente X o Twin Peaks). Sin embargo, el camino que abrió Dallas era demasiado tentador para los guionistas y productores del siglo XXI, que decidieron explorarlo del uno al otro confín.

El primer elemento de la lista sería House. Durante la década pasada, los espectadores se acostumbraron a ver al médico pasearse por los pasillos del Princeton Plainsboro dando lecciones a sus lacayos y diagnosticando al vuelo, sin respetar la mayoría de las convenciones sociales, aparentemente insensible al dolor ajeno e insultando si hacía falta. Pero, eso sí, normalmente dentro de los límites de la deontología médica. House era un maleducado y un amargado, pero el éxito en su trabajo estaba basado en la inteligencia y el conocimiento. Salvaba vidas. En el fondo, todos querían ser House porque representaba todo aquello que no se atrevían a ser. Además, pese a su resentimiento, no era un hombre vacío, disfrutaba de ciertos placeres y tenía sus hobbies, como el piano, las motos o las prostitutas.

Otro icono de influencia incuestionable en los últimos tiempos es Don Draper, el repeinado directivo publicitario. En este caso, los hombres quieren ser Draper porque representa el epítome de la masculinidad y tiene a todas las mujeres a sus pies. Tras lustros de metrosexualidad, un viaje a la estética y la ética de los 60 ha propiciado la vuelta del macho. Draper no es que sea malo, es solo un tipo de su tiempo, con sus traumas infantiles, sus contradicciones, su adulterio, su alcoholismo y su falsa identidad.

No podía faltar el personaje televisivo de la década: Walter White, un profesor de instituto que da un giro a su carrera aprovechando sus competencias en el campo de la química. Su vida no puede ser más perra: pluriempleado, enfermo terminal, un hijo con parálisis cerebral, un bebé recién nacido y una trayectoria profesional quebrada por un importante error empresarial que le apartó de ser accionista de una gran corporación. Solo queremos verle levantarse. Walter no es trigo limpio, vale, pero es una víctima y todo lo que hace lo hace por la familia. En todo caso, por resumir y seguir dando argumentos a la tesis: el personaje televisivo de la década es, directamente, un criminal.

Y, hablando de criminales, ahí van otras series recientes de éxito: The Sopranos, Dexter, Weeds, Sons of Anarchy, The Wire, Orange is the new Black.

Llegamos así al señor de la fotografía. Y es que hay malos, hijoputas, criminales y luego está Frank Underwood. Frank es un congresista en Washington –demócrata, para no perderse en tonterías–, sin hijos ni aficiones conocidas, al que no le hace falta ni ser cínico: esas pequeñas aclaraciones que hace mirando directamente a cámara no es que destruyan la cuarta pared, es que hielan la sangre al más pintado. Una única motivación recorre el fondo de todas sus acciones, y ese es el secreto de su éxito. Foco y determinación. Ya sabéis, niños, ¿queréis llegar alto? Mirada al frente y paso firme. Por el camino no hay compañía ni paisaje, solo obstáculos.

Supongo que algún sociólogo podrá explicar esta tendencia. Yo no, pero hay una cosa que me llama la atención: las series en Netflix –producidas o no por ellos mismos– se consumen vía streaming; Netflix tiene los datos personales de los espectadores y obtienen muchos otros más del comportamiento de los mismos mientras ven un programa (gustos: qué ven; atención: si pausan, si abandonan; formas de consumo:horarios, dispositivos). Pues bien, después de analizar años de información e inferir patrones, las dos series que han creado son House of Cards y Orange is the new Black. Será por algo.