Aires balcánicos

Huelga decir que en una ciudad como Madrid, en cuyas sucias, pintorescas y estruendosas calles se encuentran los estilos musicales más rebuscados, los tipos más raros y la mayor parte de las extravagancias que puede ofrecer este planeta, la escena musical es por descontado compleja y variada. Sin embargo, pocas corrientes resultan, a mi entender, tan apropiadas al cosmopolitismo cutre de la ciudad como la música balcánica, la cual combina, con toda la naturalidad del desparrame propio del mediodía europeo, corrientes autóctonas, como el flamenco o las bandas de pasacalles, con los sones procedentes de los confines orientales del continente y el histrionismo de las fanfarrias centroeuropeas; una amalgama sostenida, por descontado, gracias al engrudo gitano. Sin embargo, a pesar de todo, la música zíngara no parece gozar del desarrollo que se podría esperar de dicha confluencia de estilos. Lo más probable es que sea precisamente debido a ello: ese espacio lúdico-musical está ya bien cubierto por nuestra tradición. Mal lugar, por tanto, para los músicos balcánicos. Con la excepción de genios como Goran Bregovic, claro.

Por tal razón, resulta muy loable el empeño de un puñado de músicos de distintas procedencias afincados en Madrid en difundir entre nosotros la sensualidad onírica de la música del este europeo, ya que posee una fuerte personalidad y desborda sentimiento por todas sus notas, gracias a lo cual está en condiciones de realizar aportaciones muy interesantes a nuestra música. Y con tal fin, los dos grupos más relevantes de este estilo presentaron hace dos semanas en la sala El Intruso un espectáculo denominado Fiesta Balcánica. Tras invitar a todos los asistentes a unos chupitos de un brebaje húngaro altamente alcoholizado, abrieron fuego Ethnomada, un cuarteto (Julián Olivares a la guitarra, voz de María Keck, Yago Salorio al contrabajo y Shangór Dely en la percusión) formado a partir de la unión de Olivares Trío, una formación instrumental dedicada a fusión de jazz y flamenco, y María Keck, una bellísima cantante y bailarina húngara. Bajo una luz tenue y apacible, presentaron su ecléctica propuesta consistente en una fusión del folklore de Europa del Este (Hungría, Rumanía, Turquía, Bulgaria, Serbia) con el flamenco y las corrientes más elegantes del jazz fusión. El grupo interpretó con una conmovedora delicadeza y un notable sentido rítmico varios temas propios (como la hermosa “Agridulce”) junto a otros del folklore oriental (tales como “Djelem Djelem”, considerado el himno de los gitanos, o “Chamán”, una canción infantil con una letra sorprendentemente amarga), además del “Ederlezi” de Bregovic. Julián Olivares se mostró como un gran guitarrista: su virtuosismo y el compás de su rasgueo le permitían crear, sin perder la esencia flamenca, atmósferas danubianas de enorme riqueza sonora. En particular sorprende gratamente en los temas con cejilla, la cual le ayuda a sugerir tonalidades manouches, y cuando trastea por lo bajo en el tres cubano reproduciendo sonidos más propios de instrumentos de las latitudes levantinas, como el bouzouki. El resultado es la buscada comunión de las melodías de ambas familias gitanas, a la que María Keck contribuye de manera decisiva con la delicada cadencia hipnótica de su voz, caracterizada por una sutil policromía.

chupitos

Cuando el personal ya se había trasegado varias copitas, los reemplazaron en el escenario Million Dollar Mercedes Band, el grupo encabezado por el gran impulsor de la música zíngara en Madrid, Ambus Hováth, otro húngaro. La MDMB es una banda quincallera formada por cuatro músicos centroeuropeos: el propio Hováth (más conocido como El Hijo del Cura) a la trompeta, Giovanni Cabronski (El Seductor Suizo) al fiscorno, Markus “Pancho” von Ritter (El Afrodisíaco Alemán) a la tuba y Antonio Monálrokovic (El Fanático Florentino) al bombo. Comenzó su actuación con la desbordante verborrea de El Hijo del Cura, que, sobre el manto sonoro creado por las notas sostenidas de los metales, anticipó que había llegado el momento de la juerga. Y así fue. Borsalino en ristre, estos cuatro chalaos venidos de por ahí se lanzaron a un trompeteo desenfrenado que el público acogió con inmenso placer, pues la anunciada fiesta balcánica había llegado. Atrapados en una suerte de trance gamberro, fueron desgranando un repertorio muy heterogéneo y estrafalario: temas clásicos como “Mesecina” de Bregovic se alternaban con versiones inesperadas del pop-rock (sorprendente el “Billie Jean” que se marcaron) y de la música fiestera española (“Paquito el chocolatero” fue uno de los momentos cumbre de la noche). A lo largo de este descarga ininterrumpida, todos los músicos de la MDMB mostraron su rotunda solvencia, aunque es obligatorio destacar a Hováth, no solo por su papel de frontman, sino también por su sentido del espectáculo, su talento para manejar al público y su particular forma de soplar la trompeta, la cual más parecía una protuberancia de su cuerpo, pues en ocasiones resultaba complicado distinguir entre su lujuriante cháchara y su frenética interpretación, en la que destacaba un eficaz contratrompeteo que hizo vibrar numerosos pares de nalgas.

Cuando el público estaba pegando botes y cantando a voz en grito, subieron al escenario María Keck en su faceta de bailarina y el resto de Ethnomada para cerrar la actuación con una apoteosis final que dejó entre los asistentes un grato sabor de felicidad. Una gran noche, en suma.

Fotos: Ferdi Pérez (principal) y Mamen García (dentro del texto).