Terrorismo literario

Sin duda, nuestros queridos lectores de El Blister, como todo hijo de vecino, se habrán preguntado alguna vez, de forma más o menos consciente, perspicaz o angustiosa, por el sentido de su vida, por lo desesperantemente errónea que resulta esta sociedad estúpida e insustancial y por las posibilidades que, ¡ay!, tienen de cambiarlo. Cosas como: ¿cuál es mi papel en este mundo?, ¿estoy verdaderamente comprometido con el prójimo?, ¿es mi manera de actuar coherente con lo que soy y con el mundo que me rodea?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué es lo que de verdad me impulsa a actuar?, ¿hasta dónde debo llegar?

Pues, si de verdad les importan estas sesudas cuestiones, harían muy bien en emprender El camino de Ida que propone en su última novela el argentino Ricardo Piglia, ya que, en ella, Emilio Renzi, alter ego del autor y protagonista habitual de sus narraciones, se ve abocado a iniciar una investigación de carácter discursivo-policial con el fin de encontrar respuesta a tales interrogantes. Todo comienza en un momento de grave desorientación vital del protagonista, recién llegado a una pequeña ciudad universitaria de Nueva Jersey para impartir un curso semestral de doctorado sobre el escritor anglo-argentino W. H. Hudson. Allí su apatía y su desarraigo existenciales se ven agravados por el sentimiento de extranjería y la vida anodina e inconsciente de la sociedad estadounidense (según Orión, el mendigo loco de la ciudad, sus habitantes “son amables si uno es amable, se asustan si uno está asustado, sonríen si uno sonríe”). No obstante, no tardará en recuperar la vitalidad perdida, gracias a la relación erótica que vive en secreto con la directora del departamento, Ida Brown, una reputada especialista en novela anglosajona y una de las voces más autorizadas de Estados Unidos en el ámbito de los cultural studies. Se trata de una mujer bella, inteligente, combativa, independiente, muy celosa de su privacidad e inclinada a imponer reglas. Un miembro típico de la comunidad universitaria estadounidense, que Piglia presenta compuesta de aguerridos soldados inmersos en sus propias batallas intelectuales y políticas.

Una nueva secuencia se inicia así en la vida de Renzi, a quien le cuesta hallar cohesión en las distintas tramas autónomas que entretejen su vida. Tanto más cuanto que tales procesos aparecen divididos por lo desconocido, del mismo modo que en una narración solo se nos revelan las pistas del novelista sobre el auténtico ser de sus personajes. Renzi, narrador enamorado, se convierte en un lector que trata de desvelar la intrigante personalidad de su amada, una condición detectivesca que se manifiesta brutalmente cuando Ida muere en un accidente con trazas de crimen. Pues, ante la quiebra del proceso de comunión amorosa, la historia de Renzi, esto es, el propio texto que estamos leyendo, se transforma en una novela negra que arrastra también al lector en el empeño de encontrar un sentido a la acción, verdadera esencia del ser, y así culminar la unión espiritual con la mujer amada en ausencia de su cuerpo. Una tarea sobrehumana, puesto que solo contamos con informaciones inconexas y testimonios sueltos de los que ni siquiera los investigadores profesionales pueden extraer un relato coherente. La narración se transforma así en el relato de la lectura de la vida del ser amado ya desaparecido que realiza Renzi, igual que vosotros, amigos míos, estáis siguiendo la narración de mi lectura.

Finalmente el FBI descubre, gracias a una delación que recuerda a la estrategia narrativa del deus ex machina, que la muerte de Ida se integra en una cadena de atentados contra miembros de la comunidad universitaria cuyo autor es Thomas Munk, un huraño, brillante y soberbio profesor de matemáticas de Berkeley (inspirado en el célebre Unabomber), el cual vive como cazador recolector en un bosque desde donde conduce una guerra solitaria contra el capitalismo mundial. Sus verdaderas motivaciones permanecen en la más absoluta oscuridad a pesar del manifiesto que él mismo ha difundido con el fin de denunciar la dictadura de lo dado, lo típico en toda acción revolucionaria, y defender una postura contraria al capitalismo, la tecnología y el progreso (“En eso consiste la civilización; la posibilidad de fingir y engañar nos ha permitido construir la cultura”). Asido a estos principios, asume la tarea de asesinar, previa deshumanización de su figura, a científicos cuyas investigaciones suponen desde su punto de vista un peligro para la sociedad, a la espera de que la ciudadanía abra los ojos (“Para difundir nuestro mensaje con alguna probabilidad de tener un efecto duradero tuvimos que matar a algunas personas”). Aparece así como un sociópata engreído, ejemplo extremo de lo que Carl G. Jung definía como individuo “soberbio”, que ha logrado “sustituir sus sentimientos por sus ideas, su compasión por sus convicciones”. Por eso, una vez en la cárcel, rechaza la estrategia de su abogado defensor de alegar demencia y exige un juicio político en lugar de criminal con el apoyo de cientos de manifestantes contrarios a la pena de muerte, quienes, ya metidos en faena, no pierden la oportunidad de acusar a George Bush de ser el verdadero criminal.

Sin embargo, como es evidente, puede que un juicio penal satisfaga al FBI, pero no a Renzi, para quien lo decisivo continúa oculto. Por fin logrará descubrir la clave de los hechos en los subrayados de un libro que no pudo devolver a Ida (El agente secreto de Joseph Conrad) y, así, al sustituir los métodos policiales por la crítica literaria, Renzi comienza a entrever la teoría sobre la que se sustentaba la acción directa de Munk: “No había que proponer una sociedad perfecta, no había que contemporizar con las esperanzas de las almas bellas […] no había nada que pedir, había que atacar directamente el centro del poder con un mensaje nítido y enigmático”. El anarquismo de Munk se resume en una especie de individualismo radical que, mediante acciones independientes no causales que enfatizan las consecuencias, da sentido a tramas vitales incompletas (“Soy todos los nombres de la historia”, dice). La ciencia, como sostén del bienestar y la prosperidad material, se ha convertido en la religión moderna, en una creencia que todo lo ordena mediante la relación causa-efecto para ofrecer una explicación del mundo que termina alienando al ser humano. En suma, la novela ofrecía a Munk, al igual que a Mme. Bovary, un sentido para su propia vida en un mundo sin esperanzas ni utopías: ante la imposición del criterio de realidad, solo quedaba creer en la ficción para fortalecerse y salvaguardar las ilusiones. Algo similar, recuerda Renzi, les sucedía a sus amigos de Buenos Aires con sus lecturas del Che. Solo restaba, como trataron de hacer Alonso Quijano o Johnny Guitar, transformar las palabras en acontecimientos reales. Por tanto, queridos lectores, ¿dónde se encuentra la clave? ¿No será que, mientras Ida y Renzi, como narradores, saben leer la vida y la ficción de forma interdependiente, Munk solo es capaz de recitar una ficción? ¿Será por eso que para Renzi la muerte es un punto de partida, mientras que para Munk es un fin? ¿Trata este, en su labor terrorista, de eliminar a los lectores avezados que interfieren en su trama inalterable? ¿Es por eso que en un triste ermitaño, mientras que Ida y Renzi comparten felizmente sus líneas argumentales, se leen el uno al otro?

Todo esto está muy bien, pero aún quedan las preguntas más acuciantes, más desconcertantes: ¿conocía Ida a Munk?, ¿hacían juntos la revolución?, ¿se habían amado?, ¿por qué la mató? Renzi se traslada a San Francisco para entrevistarse con él en la prisión de alta seguridad de Oakland. Pero ya he contado demasiado y no quiero desvelar el final: dejo a nuestros blisteros gozar del corolario de todo este galimatías. Solo me permito señalar que Renzi concluye: “Los esquimales nunca dicen su nombre verdadero, es un secreto, solo lo revelan cuando sienten que van a morir”.

Ricardo Piglia, aunque no es un escritor prolífico, sí es uno de los autores imprescindibles de la actual narrativa en castellano, gracias a su acercamiento metaliterario a la novela negra y a una depurada prosa con la que transmite intensas vivencias veteadas con una fina ironía. El rioplatense entiende la narración como una reflexión rigurosa, osada y clara, tal y como muestra magistralmente esta obra, que figura entre sus mejores novelas. Inspirada en los quince años que pasó dando clases en las universidades de Princeton y Harvard, contiene, por consiguiente, una alta carga autobiográfica, una mezcla de diario y ficción, que le sirve para tratar de  explicarse el tema de la violencia como forma opuesta al amor, de encontrar coherencia en la propia existencia. Pues la novela negra no es solo un medio de desentrañar la vida de alguien asesinado, sino de revivirlo.

De eso va el rollo, estimados lectores míos.

Piglia

Ricardo Piglia, El camino de Ida, Anagrama, Barcelona, 2013.