Sales alcalinas, sílice y óxidos metálicos

El punto de partida de Cenizas, o dame una razón para no desintegrarme es un pueblo en el que han muerto todas las madres y todos aquellos que muestran actitudes maternales. Los protagonistas son una pareja: una mujer travestida y un hombre-niño aislado en sus compulsiones, obsesivo en sus acciones, que mantiene una relación de sumisión y dependencia agresiva hacia la figura femenina.

Con textos de Pablo Messiez y Guillem Cluá, y coreografía de Chevi Muraday (Premio Nacional de Danza 2006), esta pieza de danza-teatro muestra una suma perfecta de palabra, movimiento e integración de espacio escénico. La casa se perfila desde el primer momento como elemento fundacional de la trama; es el lugar de la propia obsesión de los personajes. Como si de un sueño se tratara “la salita de estar” poco a poco se convierte en un entorno amenazador que se funde con la propia coreografía, la sostiene y le da consistencia. El espacio es la historia; fue creada pensando en la singularidad del mismo. La claustrofobia de dos cuerpos bailando y sudando tan cerca del espectador (uno de ellos rompiendo con los cánones clásicos de la estética de la danza) conforma una atmósfera casi irrespirable que consigue que la historia sofoque y transmita el universo opresivo de los personajes. De hecho, la obra va a contar con itinerancia internacional y para ello se creará un escenario que reproduzca una de las salas de La Casa de la Portera, incluso una fila cero para poder revivir la cercanía que le otorga la sala original.

La narración se presenta con palabras y con la danza de dos personas que podrían ser una sola desdoblada. Una personalidad domina a la otra, la somete a su voluntad hasta llevarla al límite. Cargada de simbología, Cenizas presenta la lucha interna que cada uno libra contra sus propios miedos. A veces es un pequeño tic, una manía convertida en costumbre; a veces una voz interna que nos recuerda lo que tantas veces nos repitieron desde pequeños y que terminamos por creer; a veces un miedo paralizante que no sabemos de dónde viene. Pero siempre el personaje femenino domina al masculino, que depende emocionalmente de ella. Sin embargo, la mujer termina por despojarse de todo artificio: peluca, vestido, zapatos…poco a poco va quedando la esencia y esta se revela idéntica en ambos. En ese momento hay un cambio de escena, la coreografía se traslada a la habitación contigua en donde, enfrentados, los actores bailan en una suerte de duelo con el objeto de la obsesión en medio, un gran tenedor que atraviesa la habitación. ¿Quién vencerá? ¿La obsesión frente a la razón más dura e intransigente que representa el personaje de la mujer?  Ninguno. Ambos se queman en una suerte de ritual funerario rodeado de los objetos deseados hasta que no quedan más que los residuos o los restos de los cadáveres. Sales alcalinas, sílice y óxidos metálicos.