Paraíso a ras del suelo

Judee Sill – Hear Food (1973)

Hay en la música de Judee Sill una espiritualidad y una belleza luminosamente explícitas, pero también abiertamente cristianas, rurales, de algún modo ancestrales, en una combinación impensable en el imaginario de un cantautor actual. Pero esa inevitable distancia temporal y cultural que nos separa de ella puede, extrañamente, ayudarnos a disfrutarla. Es difícil explicar por qué, pero digamos que oírla por primera vez es como ser un urbanita al que soltaran en mitad de un paraje de alta montaña y tuviera que quitarse sus máscaras banales, envainarse la posmodernidad y reconocer que sencillamente está en un lugar bellísimo. Un lugar en el que su cinismo, su ingenio y su afilada ironía son artefactos inútiles.

Nacida Judith Lynn Sill en Oklahoma en 1944, Judee Sill quizá elige este camino expresivo para escapar de la mundanidad violenta de su propia vida. Cuando cumple 20 años sus padres y su hermano mayor ya están muertos, y pasa la mayor parte de los años 60 madurando acelerada y salvajemente: un matrimonio fracasado con el pianista Bob Harris, una tozuda adicción a la heroína y finalmente una temporada de cárcel. Oyendo su música es difícil creer todo esto: su voz es pura miel, sus letras parecen en algunos momentos oraciones o versículos sagrados, y hay en su sonido un equilibrio entre sencillez acústica y complejidad orquestal que parece difícil, y lo es, pero que ella consigue con naturalidad, sin forzar la trascendencia.

En 1971 ha puesto algo de orden en su vida, y auspiciada por Graham Nash y David Geffen publica el primero de sus dos únicos álbumes, homónimo. Las críticas son buenas, pero en un mundo cada vez más oscuro (son los años de Nixon y el agrio despertar del sueño hippy) no llega a tener mucho éxito comercial. La reacción de Judee es continuar su búsqueda con consumado perfeccionismo y tozudez (a la manera del mejor Brian Wilson). Por eso, aunque tarda dos años en ultimar “Heart food”, los dos discos pueden oírse como si fueran uno solo. Ya al empezar el viaje en este segundo álbum, la preciosa “There’s A Rugged Road” nos lleva a unos campos polvorientos donde hay trabajo por hacer, camino por recorrer, males al acecho y sin embargo ningún atisbo de desesperación: “still surveying / the miles yet to run”. La misma serena esperanza arraiga también entre las armonías vocales de la soulera “Down Where The Valleys Are Low”. En “The Phoenix” hay ecos de Nick Drake, esa difícil y luminosa sencillez, y una melodía que llega para quedarse. Solo “The Donor” es un plato que me cuesta digerir: sus ocho minutos de explícita grandiosidad parecen impropios de su autora. Mención más detallada merece “The Kiss”. Impresionante balada de piano, Judee dijo de ella que no podía decidir si era una canción sagrada o una canción de amor, pero ya cuando la presenta en directo al piano de un estudio de la BBC (la había escrito unos días antes) se nota cómo intuye que sería su mejor canción. Es difícil describirla sin incurrir en cursilerías que no le hacen justicia alguna, baste decir que, de algún modo, llega donde otras canciones (¿de amor?) no llegan: más al fondo, mucho más al fondo. Cala hasta los huesos. Hay además, en su letra, una llamada desesperada a ese reconocimiento artístico que Judee nunca consiguió: “Sun sifting through the grey / enter in / reach me with a ray”.

Previsiblemente, la llamada de “The Kiss” no es escuchada y Judee Sill no llega a publicar más discos. Desaparece de la escena musical por completo y la encuentran muerta en su apartamento solo unos años después, en 1979, por sobredosis de cocaína y codeína. Su historia es como un reverso amargo de la de Rodríguez, el ahora célebre Sugar Man. Pero eso en el fondo no importa, porque su música no necesita la triste historia de su autora para ser disfrutada. De hecho, nunca remite a ella de manera explícita, y es mejor así. Me gusta pensar que Judith Lynn Sill fue una mujer muy desafortunada, que en un momento de tregua tuvo la posibilidad de invitarnos a conocer un pequeño paraíso musical a ras del suelo. La tuvo y la aprovechó maravillosamente: eso es lo que importa.

Imagen: popsike.com