El testamento del mago tenor

El Testamento del Mago Tenor
César Aira
Emecé
Buenos Aires, Argentina. 2013. (152 Págs.)

A la fecha (nov. 2013), el prolífico novelista argentino César Aira (1949), ha superado los ochenta libros publicados. Algunas de sus nouvelles han zanjado un lugar seguro dentro de la literatura argentina como resultan Ema, la cautiva, La Liebre o El congreso de literatura. Otras, como es de esperar, han resultado menos logradas en invención: El hornero, El todo que surca la nada, El juego de los mundos… Gajes del oficio. Ocurrió inclusive con Dickens, Balzac y Kafka. La calidad es una sustancia que suele escasear, especialmente en tiempos actuales donde todo parece ya haber sido escrito.

Este nuevo capítulo de su amplia obra acentúa la obsesión del autor por comprobar sus habilidades inventivas. Pues hace más de una década que el escritor pringlense parece, con mayor rigor, corroborar la efectividad de sus trucos narrativos (no en balde ya más de un título de sus libros apelan a los oficios de prestidigitador: El mago, El ilustre mago, y ahora, El testamento del Mago Tenor). Como si se preguntase antes de lanzarse a escribir una nueva entrega: ¿continúo asombrando con mi arsenal de juegos de ideas, o he ya desgastado mi funambulesca originalidad?

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Pues bien, el lector nuevamente será testigo de un hecho factual, su catálogo de invenciones felizmente aún dista en agotarse. ¿Y el argumento del libro? Tarea sumamente desafiante ya que sería como intentar resumir Jacques el fatalista en una oración… O explicar por teléfono el Finnegans Wake. Podríamos resumirlo, grosso modo, como la narración de un mago que lega su último truco (léase: cómo bajar y subir una escalera al mismo tiempo) al Buda Eterno, una divinidad diminuta (“diosecillo”) que vive en la India, a la que una empresa le maneja la obra y, sobre todo, la imagen. La historia, como es de suponer, opera en múltiples niveles de significación a través de una turbulenta fuga digresiva. Una historia, dicho sea de paso, continuamente interrumpida por numerosos personajes que se van adicionando a través de algunos percances cómicos: Lady Evelyn, Djinn Bowl, Gauchat, Benazir Bhutto, la señora Gohu…

Hace alrededor de 20 novelas que Aira está condensando más y más, es decir, refinando gradualmente su Ars poética. La estructura de sus historias han incrementado el número de peripecias por página. Con la misma soltura que el mítico Macedonio Fernández lanzaba una idea por renglón, Aira lo hace pero aumentando las aventuras y descabelladas andanzas de sus personajes. Sus veloces “novelitas” –como él las llama– adelgazan en cantidad de páginas. Las tramas son una concatenación (y desde el punto de vista fenomenológico) estrictamente causal de los hechos. Para ilustrar mejor la idea, recurramos a una metáfora: el estilo aireano produce el efecto bola de nieve. La anécdota que se inicia de modo imperceptible concluye adquiriendo proporciones estrafalarias. Descentrados, los capítulos de El Testamento del Mago Tenor progresan desenfocados, irradiando mundos donde imperan el ansia de la inmortalidad y la propensión por los viajes extraordinarios.

Así, por momentos recorremos una mansión abandonada, como aquella habitada por la señorita Havisham, en Grandes Esperanzas, y al cabo de un parpadeo, el nieto de Hugo Ball intenta besar a la bella Palmyra en un depósito de huesos de los soldados de la guerra de los Maurias; o caemos en una serie de especulaciones genealógicas de la naturaleza de los fantasmas. Es decir, una novela cuyo mayor mérito ha de ser el vertiginoso ritmo de su desenfrenado fluir inventivo. Tramas de oscuros negocios internacionales, guerras religiosas, y fulgurantes reminiscencias de Gustave Le Rouge, Las mil y una noches y J. H. Rosny, son algunos de los trucos psicodélicos de su pluma radical. Un prodigio narrativo que se arriesga a ser leído como una fabulosa alegoría donde Oriente y Occidente compiten en una desopilante carrera hacia los límites insondables de la imaginación.

Imagen: Daniel Mordzinski