De la emoción a las palabras
Igual que un trozo de piedra puede guardar dentro de sí el Moisés de Miguel Ángel, todo cuerpo físico contiene una melodía. La de los seres vivos es más fácil de oír –la manera de deslizarse de un tigre, las ramas de un sauce agitadas por la brisa–, la de los objetos inmóviles requiere un oído más fino. Algunas personas, las dotadas de cierta clarividencia, son capaces de sintonizar con los emisores de esos cantos. Un número aún menor, los poetas, perciben la música, la escuchan y pueden interpretarla.
Seamus Heaney pronunció una conferencia en la Royal Society of Literature en 1974 titulada Feeling into words. El texto apareció en su primer libro de prosa, Preoccupations, de 1980. En español, la selección de ensayos del autor publicada por Anagrama incluye esa pieza y sirve además para dar título al libro: De la emoción a las palabras. Las menos de 28 páginas que ocupa la charla registrada en papel contienen la esencia destilada del proceso de creación poético. Heaney describe en esta minúscula joya algo parecido a lo que el citado Miguel Ángel representa en la Capilla Sixtina en la icónica imagen de la bóveda, justo en ese espacio diminuto entre los dedos de Dios y Adán, en ese vacío infinito donde la nada se convierte en vida.
El escritor irlandés (siendo precisos, norirlandés católico emigrado a la República) reconoce que también existen los accidentes afortunados en los que una serie de palabras se convierten en emociones. Pero, es indiscutible, el mérito está en el camino inverso. La experiencia es la materia prima principal de las verdaderas obras de arte. Y descalzo sobre ese terreno hay que situarse para tratar de sentir su flujo interno, su circulación, como hace un zahorí: la metáfora es del propio autor, y de ella se sirve para tratar de explicar que la poesía es un arte de adivinación, una intuición de la realidad subterránea: la composición de una idea es una técnica que requiere de la apertura de canales entre lo inmaterial y lo tangible, entre lo oculto y lo visible. Lo otro es el artificio, que sirve, como aclara Heaney, para “ganar concursos (…) y mantener la buena forma verbal”.
Puede resultar prosaico –la palabra está elegida en plena conciencia– reducir la epifanía a una técnica literaria, pero ese es precisamente el atrevimiento y el logro de Heaney, convertir lo que aparentemente es la justificación de un misterio en una revelación.
Un poema puede sobreponerse a los defectos estilísticos, pero no puede nacer muerto. La acción crucial es pre-verbal, porque es la que permite que nuestra primera atención o aproximación intuida de modo borroso o incompleto, se dilate y acerque en forma de pensamiento, tema o frase. Robert Frost lo expresó diciendo que un poema “empieza como un nudo en la garganta, como una añoranza o como un amor. Luego da con el pensamiento y el pensamiento da con las palabras”.