Un fragmento de vida

¿Qué le puede ocurrir a un oficinista galés, recién casado, que trabaja en la City londinense y que lucha por llegar a fin de mes haciendo malabarismos con su nómina? En términos narrativos la respuesta es: muy poco.

En 1906, cuando Arthur Machen –un escritor hoy recordado, sobre todo, por sus libros de terror– publicó Un fragmento de vida, la sociedad posindustrial se estaba comenzando a zampar la cuarta dimensión del plato de los homo sapiens europeos. El esplendor de las ciencias formales ya había aplastado a varias generaciones seguidas y los planos suprarreales eran cada vez más inaccesibles para el común de los urbanitas. (En las zonas rurales, los curanderos seguían resolviendo con eficacia los problemas de la comunidad y los agricultores fiándose de la luna. Los ritos paganos y el panteísmo serán todo lo hortera que queráis, pero al menos la gente vivía y bailaba al son del ritmo del mundo y no eran víctimas de superestructuras artificiales creadas por el hombre para someterse a sí mismo).

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Y justo ahí sitúa el autor a nuestro protagonista. Cada día, Darnell, que así se llama, vuelve del trabajo deambulando por las calles de Londres (esa ciudad donde casi siempre es otoño) con paso cansino y se pregunta, ¿es esto todo?, ¿de verdad? Hay mucho que no le cuadra. Pero su mente alterna estos pensamientos con los asuntos prácticos. Tiene que comprar una mesa nueva, hace sus números, ¿cuánto tardaré en pagarla?, no sé si me da, pero a mi costillita le gusta y quiero darle el capricho. Y luego vuelven las dudas. ¿En serio, para esto hemos venido? Y se acuerda de su infancia feliz en los campos de Galés, cuando la vida fluía por tranquilos meandros y su alma se despertaba y se recogía con el sol y los ciclos de la naturaleza. Y comienza a tener flashes. Por ejemplo, dobla la esquina y donde hay una farola él ve un árbol sagrado; la maquinaria de un taller se pone en marcha y él escucha un rumor de siglos pasados. Con el paso de las páginas estas visiones se convierten en verdaderas epifanías

Darnell es un pegotito más en la masa, pero en su alma sobreviven unas pocas gotas de la esencia humana ancestral. Y decide no ignorar las señales. La intuición ocurre de tanto en tanto, pero a él le parece más real que la propia realidad. Y llegados a un punto, mejor no convertirse en un zombi más, tragarse la pastillita roja y elegir elegir, y aceptar que un paso atrás puede ser también una forma de progreso. Ahí te quedas Londres, con tu sobria elegancia, tus sastres, tus promesas que nunca dejan de serlo, tus oropeles y tu ambición.

En 2013, cuando estamos a puntito de perder la tercera dimensión y quedar atrapados en la segunda, Un fragmento de vida –un cachito microscópico, un hilito–, es el eco de un grito en la distancia, un murmullo que arrastra el viento. Escucharlo solo requiere atención. Seguir sus indicaciones ya es una cuestión de coraje.

Imagen: Wikia