Un artefacto de mala suerte

Lo bueno de Turistas (Sightseers, Ben Wheatley, 2012) es que se puede ver desde dos dimensiones, lo que la convierte en una peli de la que no se sabe muy bien qué opinar entre los opinadores. Lo que se suele llamar una película controvertida, por provocadora, que despierta emociones encontradas.  Para empezar, al menos pega.

Puedes verla como una película grosera de guión flojo y a medio hacer. Pero también, si tienes una mente un tanto outsider, como una metáfora constante de los deseos reprimidos, o de la carabela de las cosas, sin el barniz del “contrato social” que todos firmamos de forma tácita para vivir en armonía.

Es decir, dos inadaptados sociales que sienten una rebuscada forma de amor y de los que no llegamos a saber nada más, aparte de que ella vive con una madre neurótica y posesiva que tortura a su hija como única afición, se van de viaje a conocer las joyas de la campiña británica. Una caricatura soez que huye de reflexiones sesudas y opta por una vía limpia de retóricas, apelando a la crudeza visual como único argumento.  Toda una provocación a la lógica de la narrativa, a las bases de la estructura dramática y a las confecciones profundas.

Sin embargo, la mencionada segunda lectura permite encontrar una poética ácida en la falta de inspiración vital, retrato certero de etapas de la vida en las que la falta ahoga la presencia y convierte todo lo que acontece en un sinvivir existencial. No obstante, la búsqueda no existe y en este caso no se trata de subsanar ninguna situación, sino de terminar una coda fúnebre, de seguir una inercia, de tararear el final desde un carruaje macabro. El sinsentido y el desamor de la pareja de viajeros que no encuentran el por qué de nada, porque de nada se cubre lo que desde la nada se mira, se convierte en la guadaña de quienes se cruzan en su camino con algún tipo de idea clara. Una venganza maquinal. Una especie de liberación del instinto de perversión nacido del tuétano de los más oscuros deseos de los días terribles. Una especie de sueño sádico que ilustra a la perfección las sensaciones que rezuman de una relación sentimental en la que nada guiña el ojo y donde la magia se convierte en un artefacto de mala suerte. Creo que los ingleses lo llaman humor negro.