Química perfecta

XTC – Drums and wires (1979)

No suele ser fácil describir un disco en solo cuatro palabras, pero eso es exactamente lo que hace Andy Partridge en el estribillo de la genial “Ten feet tall”, el quinto corte de Drums and Wires: “the chemistry is right”. Hay química de sobra en el que fue tercer álbum de XTC, un viaje que a ratos suena a experimento de laboratorio de película de serie B, divertido e imprudente, reacción entre sustancias coloridas y burbujeantes. No les resultó fácil encontrar esta fórmula: la banda pasó por varias encarnaciones antes de adquirir su nombre definitivo, y en sus primeros dos discos como XTC, ‘White music’, y el precipitado y desdibujado ‘Go 2’ (1978), parecen tantear buscando las canciones que al fin encontrarían en éste. Ya disfrutaban de un éxito relativo y una reputación de directo muy intenso y afilado, pero no eran un perro fácil de domesticar por la crítica: a un sonido muscular y contundente se superponía una colorida sensibilidad pop y un diletantismo lírico que cuajaban mal en la sombría Inglaterra prethatcheriana: no se entendía que no se lo tomaran en serio, y menos aún viniendo de Swindon. Esta ciudad mediana del sur inglés estuvo muy castigada por la desindustrialización durante toda la década, y tenía un ambiente opresivo del que podrían haber salido Joy Division. Pero Andy Partridge y los suyos no compartían mucho con los de Manchester: ellos no estaban por morir jóvenes, calzaban zapatos rojos en sus actuaciones y se atrevían con todo, del ska al falseto y los guiños disfuncionales a los Beach Boys (el sol de Swindon no es el sol de California).

Llega agosto de 1979, Margaret Thatcher ya lleva unos meses aplastando moscas y sindicalistas, y cuando XTC publican ‘Drums and Wires’ dejan claro que sus juegos siguen siendo tan complicados de definir como excitantes. El disco es notablemente largo, y en sus quince cortes hay sobre todo un pop luminoso e inquieto, en el que caben guiños a Buddy Holly, hooliganismo de salón, excursiones acústicas, velocidad anfetamínica y hasta algún bien dosificado “stunt” de productor beodo (esa pizca de theremin aderezando “When you’re near me I have difficulty”). Por el camino oímos al hiperdinámico Partridge recitar, ladrar, hipar, susurrar y por supuesto cantar. Pero cantar en serio y cantar en broma, porque los XTC de 1979 tienen una escurridiza naturaleza burlona y teatral: todo es auténtico y todo es impostura en este disco. Así, en la ya mencionada “Ten feet tall”, entregan la melodía más azucarada y redonda posible, pero acabado el estribillo amenazan con ponerse cafres (on, and on, and on…) antes de volver al medio tiempo plácido. En “Life begins at the hop” hay una candidez muy americana, lalalá incluido, que se contradice deliciosamente con las inflexiones rabiosas de Partridge. “Helicopter” es adictiva hasta el absurdo, puro paroxismo bailable, y muy indicativa de por qué XTC eran intocables sobre el escenario. El disco sólo flojea en algunos momentos, como la turbia “Complicated game”, pero termina con todo un portazo de reafirmación: “Limelight” es una bomba en la que los de Swindon lucen frescura torrencial y parecen sacar la lengua a todo el mundo: atrapadnos si podéis.

Lo que ocurrió después con XTC era imprevisible oyendo este disco, o quizá no: se calmaron las aguas pero no las inquietudes ni mucho menos el genio compositivo, y los swindonians entregaron discos más apreciados por la crítica que el abigarrado Drums and Wires. Demasiado buenos como para acomodarse, evolucionaron y mucho, pero Drums and Wires les congela en un momento de atropellada inmortalidad, junto a los mejores Talking Heads y otros inclasificables como los B52s: ruido y pop mezclándose y reaccionando imprevisible y maravillosamente.