Música para una revolución

RETRIBUTION GOSPEL CHOIR
@ Sala El Sol (Madrid)
Miércoles 23 de octubre de 2013

No todo está perdido cuando encuentras la música que alimenta tu revolución (interior, exterior). Ese nutriente capital que debería ser nuestro maná, y no partidos de fútbol, ‘realities’, partidos políticos o comida rápida (insulsa, insípida y transgénica). La vida, nuestras vidas, necesitan de momentos reveladores, para gozar y para iluminarnos en nuestro devenir cotidiano. Y el rock tiene ese poder para servirnos de revulsivo y sacar nuestra fiera de dentro, entusiasmarnos, y dejar que la fuerza se expanda. Retribution Gospel Choir (RGC), o lo que es lo mismo ‘el coro gospel del castigo divino’, aunque menos gospel y más rock, extrae la rabia y la sabiduría del rock más clásico y más añejo. Con todo su pedigrí y su fiereza.

Alan Sparhawk (voz y guitarras) es música, lleva la música dentro y la desprende con garbo, garra y brío. Con Low ha conseguido hacer de las armonías y de la calma y la lentitud una virtud, y tocar el cielo con ello. Ahora con Retribution Gospel Choir, con dos discos, ‘Retribution Gospel Choir’ (2008) y ‘2’ (2010), un EP, ‘The Revolution EP’ (2012) y un single, ‘3’ (2013), ha recuperado la esencia del rock más incisivo que bebe del rythm and blues, del free jazz –madre del amor hermoso, que dúo más brutal le acompañaba: Steve Garrington (también en Low) al bajo; y Eric Pollard a la batería y coros– y del slowcore pero siempre en una dimensión más acelerada e incisiva. Solo con los 20 minutos de éxtasis musical de “Can’t walk out” (del single ‘3’) ya hubiese sido suficiente, en ese subir y bajar de riffs, de solos, de tensión que nos sobrecoge, en un caos que nos resulta el mejor sitio para perdernos, y para encontrarnos. Como si Led Zeppelin, Humble Pie y Black Sabbath se hubiesen reencarnado en RGC en el siglo XXI, continuando así la soberanía del hard rock.

El trío venía ataviado con chaqueta militar, cual ejercito del rock. Espartanos, sobrios y con una forma en directo que envidiarían los plusmarquistas mundiales, demostrándolo en numerosos temas: la fortaleza de “Maharisha”, con un riff afilado y un estribillo con pegada; “Seven”, otra de esas piezas largas que nos invita a perdernos en la inmensidad; la magnificencia de “Electric Guitar”, que suena tan grandilocuente como si te excomulgasen y te liberasen de tus ataduras. Y recuperando maravillas como “Hide it away”, canela en rama. Intensidades y revuelos de guitarras (“Your bird”), ritmos adictivos (“Workin’ Hard”), tormentas sónicas (“Take Your Time”), canciones rasposas, de poder adictivo (“For Her Blood”) o medios tiempos que tienen algo de mantra rock (“What She Turned Into”). Todo estaba en su sitio porque la ecuación no tenía incógnitas. Y el trío soberbio, dándolo todo y rozando la perfección.

Una hora y veinte que saben a manjar, a delicatessen. Donde nada sobra ni nada falta. Sonoridades vibrantes, distorsiones, solos de guitarra, ese sonido sucio que planea haciendo líneas de efecto y que conquista tus oídos. El todo acolchado por esa base rítmica que te atrapa sin piedad. El rock cuando vuela libre sopla a tu favor, y te impulsa. Si quieren oxígeno para avivar este mundo que se asfixia, una dosis de RGC y todos vivos y coleando. Y es que el (verdadero) rock es así, y (por eso) nos gusta.

Imagen (Alan Sparhawk con Low en Glasgow): Paper Photography