Christian Scott en Clamores
Por tercera vez visitaba Christian Scott la madrileña Sala Clamores. En esta ocasión lo hacía sin el guitarrista Matt Stevens (¿algún incidente de última hora? El cartel anunciaba un sexteto pero fueron cinco los músicos sobre el escenario) y con mucha renovación en sus filas: a destacar los jovencísimos Lawrence Fields, piano, y Braxton Cook, saxo alto (curvado y tieso).
Se vieron y escucharon en Clamores muchas cosas. Christian Scott es un artista que está haciendo del “más es más” su lema. Parte con un bagaje de lo más ortodoxo: nacido en Nueva Orleans (su trompeta hecha a medida, con la característica torcedura de Gillespie, se llama Katrina), familiar de músicos (su tío es Donald Harrison, que entre otras cosas es un Big Chief en Tremé) y becado en la Berklee. Su linaje podría haberle llevado a convertirse en otro guardián de la pureza, como Wynton Marsalis. Pero Scott lleva tiempo bailando en la cuerda floja, tratando de buscar nuevos caminos para el jazz en el siglo XXI –acaba de cumplir 30 años– respetando a la vez la tradición. Un respeto que demuestra siguiendo las reglas de sus maestros pero tratando de colorearlas con matices modernos. Como prueba, su actualización de un clásico intocable como Kind of Blue, llamada Kind of New.
La música que el grupo ofreció en Clamores, insisto, abarcó numerosos registros. Sus dos primeros temas, en palabras del propio trompetista, fueron más “conceptuales”. Los que nos encontrábamos en las primeras filas de la sala jamás hubiéramos usado ese adjetivo, porque lo que recibimos fue una tormenta con una potencia estremecedora. El arranque gordísimo y bien alto de la sección rítmica llevó en volandas a los dos vientos, que llenaron todo el espacio con un sonido arrebatado. Antes del descanso hubo tiempo para dos más, uno con la mujer del protagonista en la voz, y un final de set demoledor. La segunda parte comenzó con un homenaje a Miles Davis, a petición de alguien del público que se lo solicitó en el descanso. Después, vuelta a la apisonadora con una ligera concesión a un jazz más “clásico” (nuevamente en palabras de Scott, aunque muchos no percibimos la diferencia en cuanto empezaron los solos), y una muy cómica presentación de la banda, con desparpajo y complicidad con el público. Y fin de fiesta. El bis fue una vibrante interpretación, cargada de furia contenida, de Ku Klux Police Department, pieza que abre Yesterday you said tomorrow, su celebrado disco de 2010.
Lo más destacable dentro la vorágine (difícil de resumir, porque en el setlist cupieron desde las formas más abstractas a las líneas melódicas más limpias, atravesando por el camino armonías que evocaban al Coltrane supremo o a las ideas modales de Miles), es desde luego la inmensa capacidad expresiva del músico de Luisiana, tocando lo que le da la gana en toda su exuberancia, meciendo el sonido con timbres cálidos y emocionantes o extrayendo verdaderos aullidos de la trompeta. Con ese dominio aplastante del instrumento y una valentía que le permite sacar un disco doble de dos horas –Christian aTunde Adjuah, 2012— con 23 canciones firmadas por él mismo, Scott y su música serán lo que él mismo quiera que sean. Su talento se lo va a permitir.
Imagen: cedida cortesmente por Ricardo Carrillo de Albornoz, de The Jazz Files