Entrevista con la vampiresa

Uno es de los que piensan que es en las salas menores donde se ve el teatro contemporáneo más atractivo. Será por simpatía hacia quienes solo cuentan con su propio trabajo, o por hartazgo de los grandes montajes, o sencillamente porque me resulta más innovador. Buen ejemplo de ello es la compañía Tempo Visceral, una pequeña y ambiciosa compañía cuyo objetivo es trasladar, con un notable esfuerzo y una asombrosa ilusión, obras cinematográficas a los escenarios. El caso es que, en cuanto me enteré del inminente estreno de su nuevo proyecto en la Sala Tú, considerada uno de los nuevos espacios teatrales más dinámicos de Madrid, lo subrayé en mi agenda con un marcador fosforito. Más concretamente, se trataba de la presentación por primera vez en España de una adaptación de la película Interview de Theo Van Gogh, la cual ha conocido una versión de Steve Buscemi en EE.UU. (con el propio Buscemi y Naomi Watts en los papeles protagonistas) y ya ha sido llevada al teatro en varios países. Además, la dirección de la obra quedaba en manos de un director de cine (Miguel Gabaldón) y del protagonista de la obra (David Elorz), con amplia experiencia televisiva.

Pues bien, la obra en cuestión consiste en una ácida crítica a esos personajes mediáticos a quienes tan alegremente confiamos la elaboración de nuestras opiniones sobre el devenir del planeta, así como de nuestros anhelos y deseos privados. La trama se inicia cuando un periodista político, Pierre Peters, antiguo corresponsal de guerra en Bosnia, caído en desgracia y destinado a la sección de cultura de su periódico, recibe el encargo de entrevistar en su coqueto apartamento a la actriz más famosa del país, Katja Sturmann, una joven recauchutada que protagoniza películas sonrojantemente comerciales, pero cuya auténtica valía procede de “con quién se acuesta más que en su trabajo cinematográfico”. En otras palabras, un señor importante (David Elorz lo borda) que se ocupa de las cosas serias de verdad (como alertar al ciudadano desprevenido de las promesas incumplidas del gobierno de la nación, del fracaso de los ideales ilustrados relativos al progreso humano en medio de la más sangrienta masacre…) se ve súbitamente rebajado a la intrascendencia rosa. Y, por si fuera poco, debe realizar tan humillante cometido justo el día en el que se espera que el gobierno dimita en pleno. Mayor desprecio imposible.

Bueno, sí. El de Katja, quien ve en Pierre un perfecto representante de quienes han arruinado su felicidad por haber logrado la fama a base de críticas injustas, menosprecios gratuitos, escándalos prefabricados, apetencias inconfesadas. El espectador enseguida comprende que se encuentra ante dos personas egocéntricas, entregadas a su trabajo por su incapacidad de comunicarse y presas de un sentimiento de fracaso no solo vital, sino, en el fondo, también profesional. La colisión de egos es inevitable, igual que el uso de la mentira, una verdadera forma de vida para ellos, como arma, puesto que son incapaces de desobedecer el dictado de la soberbia que los impele a imponerse psicológicamente a los demás con el fin de someterlos. Comienza así por ambas partes un trabajo de seducción urdido con dolorosas pullas, tensión sexual, alardes de lucidez, de miseria espiritual, de estulticia. Van emergiendo vulnerabilidades, carencias afectivas, sentimientos más propios de un padre y una hija. Cuando uno cree tener dominado al otro, no tarda en descubrir con crecientes angustia y rencor que ya ha perdido la iniciativa. Pierre por fin se da cuenta de que había subestimado a Katja, la fuerza de su instinto y el poderío de su atractivo (es soberbio el despliegue de encanto y sensualidad que Alejandra Catalán realiza sobre la escena). Cuando aquel le revela a esta que ha violado su intimidad, comienza entonces un peligroso desvelamiento de secretos inconfesados: uno de los dos no saldrá vivo de allí.

Atónito, el espectador contempla en vilo tal intercambio de golpes y besos con sensaciones contrapuestas de desprecio y compasión hacia unos personajes que han puesto sus cualidades al servicio de una existencia vacía. La intensidad de la pieza, fundamentada sobre un solvente trabajo actoral, se ve reforzada, además, por la acogedora disposición de los elementos del decorado en este pequeño espacio multifuncional: las butacas del público rodean el área reservada para la representación (un simple sofá y varias mesitas de salón), lo que crea la impresión de encontrarse en el propio salón de Katja, donde la entrevista termina revelando la tramoya del orgullo.

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