La historia de Mark Sandman
Someday there’ll be a cure for pain
That’s the day I throw my drugs away
Después de dos años de producción autofinanciada, en 2011 se editó el documental Cure for Pain: The Mark Sandman Story. Los responsables: dos chavales que se enfrentaron a la figura del desaparecido líder de Morphine uniendo la pasión de un fan, Robert Bralver, que comenzó a dirigirlo con 22 años, con la de una voz autorizada, Jeff Broadway, primo de Sandman, cuya presencia fue fundamental para conseguir abrir las puertas y la memoria de los padres, la novia y los amigos cercanos del músico.
El film se desarrolla siguiendo la propia evolución musical de Sandman desde sus inicios, en Boston, con Treat her right, tocando blues con una guitarra pasada por un octavador que la hacía sonar como un bajo. Luego, el refinamiento de su estilo, ya con un bajo de verdad. Pero con dos cuerdas y tocado con un slide de cristal, un bottleneck, combinación que producía un timbre gordo y sensual. Y, para redondear el sonido Morphine, el saxo barítono de Dana Colley, que truena como la sirena de un barco de vapor en el Mississippi, y la batería seca de Billy Conway.
Pero más allá de la música, sorprende la historia personal que hay detrás. Su juventud es el camino del beat auténtico: viajero por Latinoamérica, pescador en Alaska, taxista no sé sabe dónde… Sus padres, claro, preocupados por su hijo mayor, el díscolo. Y mientras, la realidad cayendo a plomo sobre ellos: antes que Mark, dos de sus cuatro hijos mueren en trágicas circunstancias (su madre escribió una biografía con el tremendo título Four minus three: a mother’s story). Para Mark, nacido ya con un espíritu inquieto, sensible y creativo, el dolor por la pérdida de sus hermanos es un tormento que no tiene nada de artístico. Su música y sus letras, que a veces pueden parecer oscuras, adquieren un destello intenso cuando conocemos estos hechos. Hay que ser muy valiente para atravesar emociones de este calibre, empapadas de una angustia real, y expresarlas públicamente sin un gramo de la afectación que le pondría un pseudoartista neurótico. Su carrera es un constante viraje hacia la luz. Según va llegando el éxito –de culto pero con el apoyo de DreamWorks–, su mirada se va sosegando; su hostilidad en las entrevistas se reduce; se aproxima a sus padres, que nunca entendieron ni aprobaron sus decisiones ni su música; la relación con su novia se asienta; el vínculo con Dana y Billy es cada vez más familiar, haciendo casi de hermanos, ocupando el vacío que dejaron los biológicos. La película deja entrever esa paz que Sandman va construyendo con el tiempo, y que cristaliza en ese concierto donde se despediría de este mundo. Ahí la narración se detiene. 3 de julio de 1999. Sus músicos hablan de la maravillosa atmósfera en Palestrina, el encanto de ese pueblo romano cargado de historia. Su novia cuenta cómo Mark disfruta de la acogedora hospitalidad de los organizadores y los fans, de la magia de las noches de verano italianas. Morphine son los cabezas del cartel del primer día. La belleza del momento atrapa al músico. El escenario, el público y el sonido son perfectos. Mark está cómodo, es casi feliz. Dirigiéndose al público, al cielo y a su familia pronuncia sus últimas palabras: “Grazie Palestrina. È una serata bellissima, è bello stare qui e voglio dedicarvi una canzone super-sexy.”