La edad de oro del hardcore
Durante la primera mitad de los 80 Hollywood perfeccionó un subgénero de películas de adolescentes con temáticas del estilo: grupo de amiguetes que buscan tesoros piratas, inadaptados de clase media (John Hughes, que es casi un subgénero él solo), hombres-lobo que juegan al baloncesto, chavales que viajan a 1955 en coches deportivos con puertas en el techo, etc. Por su parte, la industria musical exportaba producciones pasadas de reverb y clips plagados de hombreras y colores chillones. Los rusos daban miedo, pero los que no habían vivido los 50 sabían que ya era demasiado tarde para lanzar la bomba. Magic Johnson aún no tenía SIDA y Jordan, todavía con los pantalones apretados, empezaba a despuntar.
A los chavales europeos los EEUU de las películas de la época nos parecían el edén. Con 16 años tenías un coche gigantesco y en el colegio las chicas llevaban minifalda. La preocupación más grande parecía ser encontrar a alguien que quisiera acompañarte al baile de fin de curso. Pero por debajo de ese escaparate de gominolas, la vida fluía por sus propios meandros. Y una cosa que no sabíamos entonces es que en las grandes ciudades de América, parte de la juventud blanca iba a conciertos en casas ocupadas (la juventud negra tenía sus propios problemas y los grupos de rap ya hablaban entonces en sus canciones de matar a dealers, o incluso a policías) donde se dedicaban a darse literalmente de hostias.
Aunque nació en el underground más profundo, la escena hardcore de principios de los 80 fue crucial para el despegar del rock independiente que cristalizaría en los 90. En Washington D.C. surgieron Bad Brains y Minor Threat, y en los suburbios de la ciudad de Los Angeles, donde la silicona y el metacrilato hacían estragos, aparecieron Black Flag. Al otro lado del charco, teníamos la percepción de que allí existía el mainstream, donde reinaban Madonna, Cindy Lauper o Michael Jackson, y el heavy, con sus pelos cardados, sus mallas y sus solos de guitarra interminables. Pero en pleno “milagro” económico de la era Regan, muchos adolescentes desconectados de la realidad oficial descubrían nuevos grupos en fanzines fotocopiados y se juntaban en unas celebraciones nada pacíficas, donde soltaban su rabia en espirales maníacas que tenían lugar justo debajo del escenario donde sonaban canciones a velocidad de vértigo. La estética nada tenía que ver con la que nos mostraba la MTV, la gente llevaba el pelo corto, tirando a rapado, camiseta blanca dada de sí y vaqueros desgastados. Tanto grupos como público parecían querer combatir esa apología del exceso (en todos los sentidos) que representaban los 80. Incluso algunos rechazaban frontalmente el consumo de alcohol, tabaco y drogas.
En 2006 se editó el documental American Hardcore, dirigido por Paul Rachman, donde se da cuenta de todo el proceso que llevó al esplendor y decandencia de la escena, entre 1978 y 1986. Aquí tenéis el trailer.